Te me pareces a dos mujeres del pasado.
Puede ser hasta normal que haya similitudes con una, con alguna. Esta
vez lo normal se va de vacaciones y te me aproximas haciendo saltar
dos recuerdos en tropel, a la vez. Caminar como la una, moviendo las
caderas de ese modo, mientras vas abriendo los brazos, las manos y
los dedos, con prestidigitación como lo hacía la otra. Me susurras
al oído retazos de sinvergüenzura, justo como lo hacía la una, y
luego me das pinceladas con tu lengua, asombrosamente, desde la
frente hasta los hombros... como lo hacía la otra. Entre gemidos
casi inaudibles, en ese código que sólo sabía la una, pones mi
mente a volar, mi cuerpo a despertar de golpe; entre abrazos que
emulan la constricción de una fina serpiente, me dejas en el
paroxismo inmóvil, tal como lo hacía aquella. Tus ojos, abiertos
con agudeza durante tu cabalgar, como cuando la una quería sacarme
algún secreto, alternando mágicamente con tus párpados fuertemente
cerrados, como tratando de no escuchar algo inoportuno que pudiera
escapar de mis labios, de mis ojos, como bien lo ejercía la otra.
Explosiones e implosiones al momento del éxtasis; palabras claras e
incisivas, en complicidad con gestos de derrumbe físico completan la
mezcolanza de esas dos bendiciones del pasado, con su expresión
adherida a tu actuar, en la interpretación moderna del amasijo
confuso de tu individualidad.
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