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miércoles, 12 de agosto de 2020

Alguien me deseó el bien

Alguien me deseó bien. No supe quién fue, pero la manera como lo hizo indicó una cercanía particular que no pude identificar. En este mundo práctico, de conocimiento, de análisis, no pude evitar extrañarme por el gesto y embarcarme en esas empresas mentales de tratar de adivinar quién era esa persona, de dónde provenía, de qué rama familiar o de allegados. Examiné la foto que dejaba ver, pero no di con ese rostro o con algún otro parecido que diera con la solución a mi problema. Leía el mensaje. Buscaba entre las líneas una pista, un alias, un gesto que dejara al descubierto a mi benefactor, pero nada: seguía el misterio. No fue sino hasta un rato después que me di cuenta de mi tremendo problema: necesitaba saber quién me deseaba el bien para poder aceptarlo. Ya lo sé, es una conducta bastante estúpida la que asumí, y en lugar de agradecer, en primer lugar esa bondad honesta y desprendida, ejercí mi consabida actitud imbécil del que debe saberlo todo antes de sentirlo, de vivirlo. Con mucha vergüenza y aún sin saber quién era mi interlocutor, le agradecí en los mismos términos cariñosos el apoyo que me daba en estos momentos de dificultad. Eso debió ser todo.

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