Pasa el viejo de nuevo delante de la casa. Pasa con ese cargamento de emociones, vivencias y conclusiones en perfecto equilibrio. Su viaje pausado, sin el afán de otras épocas, con su gorra y sus manos encadenándose a su espalda, camina barriendo con su vista los matorrales del barrio en el que ha vivido por tanto tiempo, dejando ver que los días le piden casi exactamente lo que le dan. Aprovecha para detenerse en ocasiones y arrancar una de las hojas de yerbabuena que se levantan por entre la maleza para olerlas durante unos segundos en los que se nota atento, totalmente en el sitio, como sembrado también. El sol de temprano no le niega sus rayos, y si es el caso de un día nublado igual barre las nubes grises con sus vista tranquila, como calculando el tiempo que le queda para llegar. Sigue el viejo en su caminata hasta que se me pierde de vista entre las paredes desvencijadas del vecindario, entre las estructuras de dignidad cuestionable para otros, pero que para este hombre entrado en años constituyen el camino bendito por donde se desliza cada día, quién sabe a hacer qué, ya sin las inquietudes imaginarias del mundo, sin los planteamientos fabulosos que lograron engañar a sus sentidos varias veces del pasado… ya con esa sabiduría de no preguntarse más y vivir la vida como debe: un día a la vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario