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lunes, 1 de julio de 2019
Creo que te vas
Veo tus
ojos llenos de lágrimas, pero tu boca muestra una sonrisa que derrama felicidad,
agradecimiento, despedida. Contemplas por la ventana las luces infantiles de la
tarde en rojo y naranja. A veces bajas la vista, como para terminar de digerir
lo que tus ojos se apresuran a recoger, como para pensar en algo. Sin que lo
sepas, te veo mirarme fijamente, recorrer la casa. Caminas por el patio, como
grabando en tu cabeza las últimas fotografías. Hace rato saliste a la calle,
frente a la casa, saludando a los vecinos sin hablar, solo con tus manos
viejas, tan experimentadas en las caricias y en nuestra orientación como en el
trabajo duro. No me has dicho nada, pero creo que te vas. Creo que nos dejas. No
forzaré la barra para saber, porque nunca sirve de tanto. Te sentaste hace un
ratico en tu mecedora ya quieta, de espaldas a este rincón, a seguir mirando
cómo baja el sol, cómo se apaga el día. En medio de mi respiración recortada, ya
no tengo dudas: estás diciendo adiós sin decirlo con los labios ni con los
ojos, sino con tu pose cada vez menos temblorosa de “listo para el viaje”. Bueno,
viejo, ni modo, ya tus manos descansan: nos vemos más tarde.
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