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viernes, 12 de julio de 2019
¡Gracias, pues!
Se me
perdió el último cigarro y me puse bravo, cómo no. Se me perdió el último sueldo
y casi me desmayo. Perdí el último tren de la mañana y me preocupé por el
retraso. Dejé el carnet, se me espichó el caucho, no pude ver a mi hijo, y en
cada una de esas ocasiones me disgusté y se me dañó el momento. Se podría decir
que tengo muchas posibilidades de perder cosas, momentos, personas… claro que
se podría decir. Pero se podría decir también que deberíamos estar agradecidos
de haber tenido la posibilidad de disfrutar de esas cosas mientras duraron o
mientras sigan existiendo. Podría agradecer la posibilidad de comprar mi vicio
favorito, de tener trabajo y poder recuperar el dinero, de esperar el próximo
tren, de tener un hijo al que amo y puedo ver. Claro que podría. Podría, pero
normalmente decido no hacerlo: prefiero arrecharme y perder el control y la
tranquilidad cada vez que la vida es vida, cada vez que mi insensatez se
sobrepone a mi conciencia y me termina creciendo el tumor. Si cada cosa que
pierdo es un jalón de dolor; si cada pérdida experimentada no se asume como
algo posible, casi seguro; si los apegos a lo temporal no dejan de existir,
imagínate al momento de la muerte: perderás todo de un solo golpe y con el dolor
y el miedo cultivado durante toda la vida. Así que comienza ahorita o mañana a
tratar de cambiar esa óptica enfermiza de ciego caprichoso y necio.
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