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martes, 9 de julio de 2019

Mundo de comiquitas



Yo soy el bueno. Los demás son los malos, se equivocan y no tiene justificación; yo sí. Mi mamá es un ángel. Mi papá es un ogro. Dios es un hombre viejo, de barba, montado en una nube que castiga a los malos. El diablo es un muñeco rojo con cara de malo que vive en el subsuelo y puya con tridente. Ambos personajes son externos a nosotros. Los políticos son superhéroes. Mi novia es una princesa y el novio es un príncipe azul que llegará en un caballo. Mi hijo será un científico famoso. El matrimonio es un cuento de hadas en el que serán felices para siempre. La vida es eterna. Y así sigue la historieta. Historieta que es falsa, es fastidiosa y además pavosa. Historieta que necesitamos creer para sostener el peso de la realidad, y mira que algunos logran creérsela si tienen su propia burbuja barata, aunque esté hecha con billetes. El ego danza entre colores, creencias y drama para luego salir airoso, cada vez, contra cada villano que se le presente. Mientras tanto, los días avanzan sin mirar para los lados, sin escuchar ruegos, sin otorgar prórrogas solicitadas después de perder tanto tiempo creyendo en cuenticos, en comiquitas, en esas pendejadas que supieron meternos en la cabeza cuando todavía estábamos a tiempo de vivir una vida plena, una vida de la vida real.

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