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viernes, 5 de julio de 2019

Tranquilo, que no duele

Tranquilo, que no me duele. Desde la cama te observo ir de aquí para allá, preocupado, angustiado por mi estado físico, pero debes tranquilizarte porque no me duele. No puedo hablarte para desmontar tus temores. Entiendo bien que mis aspecto no es el mejor en años, pero eso no es lo que me interesa ahora. Ahora me interesa que te tranquilices, que me acompañes bien, que compartamos estos momentos. Me interesa que te prepares y despiertes para aceptar lo que viene, tanto o mejor de lo que yo lo estoy haciendo… porque tú te quedas. Quiero que te sientes a mi lado, me tomes de la mano y estemos un buen rato en silencio, entre una y otra mirada de reconocimiento. Quiero que te alimentes a tus horas aunque no tengas tanto apetito. Quiero que intentes dormir para que recuperes tus fuerzas y vengas mañana a cuidarme. No quiero que seamos dos los enfermos: no te toca a ti. Quiero que limpiemos estos días de polvo y paja, de drama innecesario. Hoy estamos aquí, los dos, vivos, sintiendo este amor de emergencia, tan difícil de expresar en días normales, de salud, de aparente vida inagotable. Pero, qué se le va a hacer… Quisiera, si fuese posible, apagar el futuro de siempre, ese impulso tan dañino, la costosa irresponsabilidad que nos saca del presente, de la vida real, gratuita, al alcance de la mano, para trasladarnos a la incertidumbre de siempre, la que manda directo a la basura esas horas de hoy por las que luego rogaremos una prórroga. Es de noche. Te veo cansado. Vete a la casa.

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