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miércoles, 31 de julio de 2019

Y parió la abuela

Somos muchos. De verdad ya somos demasiados. Ya no cabemos en el planeta. Hay que hacer cola, reservación o simplemente olvidarse del asunto. Todo es en serie, todo es masivo, todo es rápido. Cada sonrisa y saludo está en el manual. Es mecánicamente imposible organizarse sin que se arme el alboroto. Somos un montón. Se hunde el control entre sus propios cables y señales. El paisaje pasó a ser un tapiz en el camino de regreso del trabajo. El carácter multitudinario de cada mensaje necesita de “un poquito” de represión para ser entendido y obedecido. Somos tantos que ya no podemos ser diferentes, por lo que la escuela es solo un aparato de fabricar “gente buena” e igualita. Cuando Jesús o Buda andaban por el mundo o cuando se escribieron las grandes guías nadie imaginó los siete mil millones que andaríamos todos a la vez en este mundo, divididos, indiferentes, cada quien pendiente de lo suyo, lanzando codazos −tal vez se quedaron cortos los capítulos y los versos−. Las mentes iluminadas del pasado fueron marginadas y en su lugar quedó el circo actual, que lejos de ayudar a despertar, aletarga y embrutece a quienes comienzan el camino de la existencia. A estas alturas, en lugar de enjabonarnos con lo infinito, con lo que se multiplica, con lo que satisface, nos aferramos como animales miedosos a lo material, a lo que se agota, a lo que no llena más allá de un ratico. Por su parte, la tecnología, poderosa, interesante, solo sirve para darle plenitud a la vieja locura que ya traíamos. Pero es que somos muchos, ¿cómo hacemos?

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