No soy mi cuerpo. Y gracias al Señor,
porque la pérdida hubiese sido irreparable. Aunque también me
recuerdas por mi cara, por mis manos, éstas son sólo las
extremidades de lo que hay más adentro. No soy mi piel, mi cabello o
mis músculos -no importa cuánto esfuerzo le haya dedicado-. Cuando
me ves sonreír, sólo ves por las ventanas de lo que ríe. Cuando
recibes un beso, una caricia, sientes nada más los emisarios de
quien te ama. Sé que cuesta meterse, llegar adentro, a lo real, lo
verdadero, lo que es; pero si no lo haces, correr el serio riesgo de
enamorarte de una cáscara inestable, ingrata, a fin de cuentas,
falsa.
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