Lo di todo por sentado. Creí que las
cosas que había logrado, lo que tenía, lo que era, deberían ser
del modo como eran. No hubo mucho esfuerzo, en realidad. No hubo que
perseverar, ni fallar tantas veces hasta alcanzar la meta. No hubo
aprendizaje a agradecer. No hubo dolor por pérdidas, sacrificios o
decisiones corrosivas. Hoy estoy en este sillón, echándole en cara
a todos mis victorias, mi trofeo invicto, pero a decir verdad, sin
mucho disfrute. Nunca admiré el milagro que era la vida, mi familia;
el haber nacido, encontrarme contigo. Todo por sentado. Todo merecido
a priori. Todo me tocó la puerta y simplemente dejé entrar lo que
debí salir a buscar al calor del sol, al frío de la noche
solitaria, al pasar de los días que no avanzan. Nunca fui atento con
el prójimo, porque éste, más bien, debía rendirme pleitesía.
Nunca fui respetuoso con el otro, porque éste y aquél debían, más
bien, admirarme a ultranza. Pero el mensaje desde niño fue que todo
era merecido, que todo vendría, y así ocurrió. En este sillón
siento una fuerza imposible que viene desde debajo de esta alfombra,
desde debajo de este escritorio, desde debajo de mi piel endurecida
por la pose que me anuncia que estoy jodido, que la inteligencia que
siempre ejercí no era la correcta; que no pudo serlo porque ahora me
siento bastante jodido y sin fuerzas para reconsiderar.
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