Después de ser molestado en tres
oportunidades por otro pasajero del vagón que se le recostaba
descaradamente, el ya no tan centrado sicólogo caraqueño se viró
con cara de resteo y reclamó al fin:
-¡Deja la movedera, pana! ¿Qué coño
es lo que te pasa a ti, vale? ¿Cuál es tu peo? ...pero el verdadero
peo. No me vengas con que la hora pico, que si la ineficiencia del
Estado. Contéstame cuál es tu peo, el que sí te mortifica de
verdad. Ni por el carajo vas a responsabilizar tu parálisis y tu
indecisión; tus frustraciones por no vivir en el triángulo familiar
necesario para saber qué eres, qué necesitas, qué metas te debiste
plantearte. ¡No me mires así, como si no entendieras! Seguro tienes
tu problemita de autoestima y para disimularlo le restriegas a todos
nosotros que pudiste comprar esos aparaticos caros que traes regados
por la chaqueta, ¿verdad? ¡Ah, no respondes! De bolas que no
respondes. No hay respuesta ante la manifestación de molestia de la
colectividad con tu compulsión a llamar la atención, con esa
ansiedad causada por tu inseguridad heredada. ¿Qué? ¿Qué dices?
¡No te escucho! Levanta la voz, coño, con la misma fuerza con la
que me jodías hace un ratico. ¿Ah? ¿que vas a qué?
Antes de poder articular palabra, el
mareado copasajero se estremeció en una contorsión que hizo
erupción vomitiva en la cara y pecho de nuestro alterado profesional
de la psique.
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