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sábado, 1 de septiembre de 2012

Llegaron los comeflores


Llegaron los comeflores. Toda una legión de ellos. Me tienen ladillao con sus discursitos de amor y amistad. Me tienen fastidiado, hasta la coronilla de artículos, de argumentos rosados. No los soporto cuando me dicen de esperanza, cuando me cuentan de excelentes experiencias por alláaa, por donde sólo ellos saben. Parece que lo hicieran a propósito, eso de manotear mi calculadora, de quitarme el bolígrafo y ofrecerme una rosa. No me dejan concentrar; se la pasan en una cantadera, una leedera de poemas ridículos. Se miran, se ríen, se susurran sus tan cacareados sentimientos. Corro la cortina, pero no dejan de escucharse sus manifiestos de inconformidad con nuestra manera de actuar. Me tapo los oídos, pongo el celular a vibrar e invento todo tipo de medidas desesperadas para no sentir lo que parece una pesadilla, pero todo esfuerzo resulta inútil. No niego sus buenas intenciones, pero es que, así quisiera, todo eso que dicen no deja de ser fantasía en este mundo tan avanzado, civilizado, tecnológico, moderno. Parecen locos sueltos en un convento. Parecen desatinados disparando en una fábrica de vidrio. Siempre aparecen, siempre vienen y me quieren captar, pero yo, con mi preclaridad, con mis distinguidas preferencias, los rechazo enfáticamente. Lo que si he notado es que… es que cada día como que son más.

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