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jueves, 30 de agosto de 2012

Sexo


Sexo. Cercanía, piel, aromas. Miradas que se enganchan enfermizas, y sin abandonarse dejan escapar la distancia de por medio. Manos que vuelan y se posan. Aliento nervioso, vaho elocuente; pupilas que saltan atrapadas entre los ojos a los labios. Despojos itinerantes de prendas en el piso, simulan rosas de un delicioso rito. Se abre el telón de los besos y las bocas nunca más se cerrarán. El sudor adhiere el cabello y el deseo a la frente, dejando resbalar caricias sin pudor entre las sinuosidades de tus carnes ya temblorosas. Un gemido marca la unidad entre ambos. Una mirada de entrega abre tus ojos guiñados que ruegan honestidad, que exigen inútilmente la eternidad del momento. Y quedamos en un paréntesis ardoroso antes del declive, en un abrazo que sigue prometiendo segundos inimaginables. Las canas ya no son testigos de las embestidas juveniles de otros tiempos, de otras perspectivas. Ahora ligeros esguinces te sacuden con cada palabra que susurro, con cada serpenteo. Tu temperatura zigzagueante es como una hoguera que quiere encender al máximo, explotar de una vez; pero este servidor maravillado, este esclavo instruido de tus ganas, como herrero experto, sabrá sustraer tu energía vital en el momento oportuno, preciso, cuando tus ruegos te enmudezcan la expresión que roza la angustia. Hago un alto, te miro tan de cerca como estamos, tan nuestros como somos, y antes de ultimar el momento, esta acometida ya madura, habré sabido que te he conquistado; ahora lo sé: Eres mía.  

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