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martes, 28 de agosto de 2012

Le daré a mi hijo


Le daré a mi hijo todo lo que yo no tuve. Abrigaré esa ilusión desde su nacimiento y a lo largo de los años mientras lo veo crecer. Le taparé los infiernos a los que me enfrenté yo para evitarle los mismos dolores. Su camino se verá resguardado por mis manos, por mis atenciones acentuadas. Él llegará lejos. Con mi tutoría, él rebasará sus logros una y otra vez sin los estorbos que encontré yo. Esa es la atrevida teoría que me induce mi amor por él. En la práctica, le estaré tapando la bendición del aprendizaje de primera mano. Estaré yo ejerciendo la sobreprotección al máximo, cegándolo, negándole la visión del paisaje completo, del valor del paquete entero que debería ser su vida. En la mera realidad, él tendrá sólo una rebanada de existencia mezquinamente provista por su padre; vestirá las gríngolas de manufactura familiar, colgadas del amor con poca inteligencia que lo entregará a la superficialidad, a la petulancia, al menosprecio de ese prójimo que lo podía orientar, como lo hizo conmigo. Cuando termine mi presunta obra maestra, me preguntaré con dolor en el pecho cómo oculté a mi progenitor los tesoros que me dieron el impulso para levantar con orgullo infinito mi imperio de éxito, llevándolo a él a ser sólo un usuario privilegiado del producto de mi esfuerzo, de mi constancia, de mis creencias, hasta convertirse en un parásito adosado a mis edificaciones, sin herramientas propias.

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