Referir la vida como un arbusto que
crece y se extingue, consumido por el tiempo, resulta hasta vulgar.
Son despertares, floreceres, entradas de luz. Son chispas ocasionales
que llegan a provocar explosiones de bienvenida, incendios
inexorables. En medio del vuelo, turbulencias. Aún seguirá habiendo
fuerzas para detener la caída, para recuperar altura, para lograr la
nueva estabilidad. Son logros el combustible para seguir. Son
tranquilidades para admirar el paisaje, para refrendar el camino
recorrido, para imaginar lo que espera adelante. Es un tobogán son
sonrisa infantil, aunque con piel de adultez. Es llegar a la cima
para admirar la obra, prolífica o modesta, pero más que suficiente.
Es preparar la partida con la serenidad que da el recorrido, la
contribución, lo inevitable. Es irse en paz y quedar por ahí, si
así se prefiere. Es todo un acto de magia colorada que requiere un
buen aplauso. Es una huella.
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