Seré
famoso. Y seré famoso para que me pares bolas. Tomaré una de esas habilidades
que tengo y la sacaré de la oscuridad. Con alguna fortuna, algún empresario de
visión aguda me montará en el escenario y estallará todo aquello. Seré famoso y
virarás la mirada, al fin, hacia donde estoy yo, al camino que recorro. Te veré
entonces, acercándote con disimulo, presentándote con nombre, apellido y alias:
“¿No te acuerdas? Tu vecina de al lado”.
Irás metiendo el ojo a ver qué carro tengo, qué mansión ostento, qué piscina me
gasto. Buscarás, muy astutamente, introducirte en mi nuevo círculo social, en
la presentación de mi nuevo trabajo, en los brindis… en mi cama. Será entonces
cuando te miraré, aprovechando el valor que me otorga el alcohol moderado que
lleve en la sangre, y rechazaré tu oferta, esa que estuve esperando por mucho
tiempo y que ahora se sirve en bandeja de plata. Me habré dado cuenta, mi amor,
que no era así como yo lo soñaba, que no era así como debía llegar. Me habré
dado cuenta, mi princesa, que no vales la pena.
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