El gato no cayó parado. No esta vez.
El gato, en cambio, se precipitó a tierra estrepitosamente. El
pronóstico sobre algo que resultaba obvio no se dio hoy. En su
lugar, las bien conocidas leyes de la física, las reglas de siempre
para otros casos tomaron su lugar inesperadamente. Estaba la mesa
servida, el escenario preparado y ni apuestas habían, pero ese gato
rodó por los suelos, terminando lacerado, sucio, herido. Pobre gato.
Habrá que incluir la posibilidad de que las cosas obvias nos
sorprendan en algún momento con un conejo -o gato- saliendo del
sombrero.
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