Qué
vaina que vea el álbum familiar y la mayoría de las fotos no tengan “píxeles”. Qué
vaina, que no recuerdo la voz de mi abuela en estéreo, ¡y menos!, con sonido
envolvente. Ninguno de mis momentos vitales son traídos en colores, ¡y mucho menos!,
en alta resolución. Las palabras más contundentes en sentimiento, en piel, en tristeza
de hasta luego no fueron hechas pasar por un teléfono, ¡y menos!, por un
celular inteligente, un chat o por “e-mail”. Mis momentos de soledad no se
pueden contabilizar, meter en cuadros estadísticos, presentar en gráficos de
barras. Mis expectativas distan de verse en tercera dimensión o con efectos
especiales. Mis decisiones no podrán valerse de un control remoto para ejecutarse;
debo afrontarlas en persona. Mirándolo bien, pero bien-bien, la verdad es que
la tecnología no me sirve de mucho, mi hermano.
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