"Amar al prójimo como a nosotros mismos" ya se nos fue de las manos, y no porque haya exceso de bondad, sino porque se perdió el sentido que, de algún modo truculento, asoma el Libro (digo “truculento” porque de una manera aparentemente unánime todos lo entendieron así). Quitando de la escena el odioso egoísmo de algunos para quienes el prójimo es realmente un fastidio, algo externo, ajeno, gente que floja, que no se conoce o, en el peor de los casos, no importa, por el otro lado queda un grupo de mejores gentes que malentendió el precepto y anda por ahí rajándose el cuero, según ellos, amando al prójimo. Pero ahí está el asunto: si usted no sabe lo que es "amar", le caerán encima las consecuencias de un error fundamental. Amar al prójimo no significa dejar de amarse a sí mismo. Amar al otro no implica abandonar la propia salud, la propia familia, el propio sentido de la vida. Está clarísimo que en el caso de muchas personas "amarse a sí mismos" encierra una conducta egoísta que va en contra de la doctrina, pero me resulta claro, mis muy estimados sacrificados, que abandonarse para atender a otros es un sinsentido que hasta a la propia vida amenaza y que, en términos prácticos, resulta una estupidez: si no me cuido, llegará el momento en que tampoco pueda cuidar a nadie más. La compulsión del autoabandono y la infelicidad inducidos por demostrar una supuesta santidad indica más bien falta de amor y va más allá de la demencia, de lo que se pueda entender, y claro, de lo que otros puedan aprender sanamente. Cuídate.
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