El designio de los cielos se escuchaba entrecortado y ese hizo imposible encontrar una mejor señal. A falta de la principal fuente de compasión, los tristes, llamados a ser los saqueadores de almas del momento, tomaron el poder y se mimetizaron entre las paredes del mercado, de las calles, de las habitaciones. Abajo, muy abajo, los beneficiarios del pan y el circo se siempre, se entretenían discutiendo cómo lavando un aspecto frío de sus vidas el resto mejoraría. Vaya ilusión costosa, siempre en renovación invariable a través de las generaciones, que de modo casi inexplicable nos lleva al barranco en medio de la ceguera de corazón. Animales infelices que sueñan despiertos, que invocan el cuerpo ya sin vida de una felicidad legendaria, que no entienden y no saben explicar. No se sabe si es adrede, si hay buenos y malos o es solo una excusa para avanzar entre las espinas con la menor cantidad posible de culpas. Estamos tan perdidos y todo es tan absurdo que no se puede argumentar con sensatez sino la ausencia histórica del amor, ya tan pasado de moda como el fantasma de la felicidad.
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