No sé desde cuándo están ahí, pero debe hacer mucho tiempo. El hecho es que tener a esos fulanos allí debajo no deja de joderme de ver en cuando. Mis proyectos avanzan nuevos pisos hacia arriba. Firmes, convencidos, se van construyendo a medida que voy encontrando mi camino en la vida. Pero, en medio de este progreso inobjetable, escucho que tocan la puerta del sótano con alguna frecuencia. Respirando profundo y contando hasta diez sigo mi camino, apartando momentáneamente recuerdos, arrepentimientos e intolerancias. Afuera, todo parece ir funcionando: cada meta cumplida, cada mueble comprado, cada reconocimiento público me insufla con el bienestar por el que he luchado desde siempre. Pero el jolgorio no dura tanto como quisiera, como necesito que dure, y en medio de cada disolución del logro pasado comienzo a escuchar de nuevo la puerta que pretendo, infructuosamente, sepultar. Al parecer, la presencia de espectros no resueltos no desaparecerá así como así y parece que hace exigen un toque adicional de honestidad y sacrificio de mi parte. Parece que en ese sótano que se me antoja tan oscuro hay una silla vacía esperándome para el diálogo con esos fantasmas, con esos pensamientos que prometen, que como lo han hecho hasta ahora, van a seguir saboteando cualquier pretensión de ignorarlos.
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