A la distancia perfecta. Ni tan cerca que atiborre, ni tan lejos que se olvide. A una cercanía adecuada de todo lo que nos rodea: así debe ser. No morir en el intento desmesurado, lleno de drama e impotencia, ni ser, por el otro extremo, indiferente, descuidado, desconsiderado. Como en la cocina, que ni se queme ni que quede crudo. Dejarse de seguir recetas suicidas o delincuencialmente prácticas y medir nosotros mismos esa distancia óptima de las personas, de las situaciones y hasta de nuestros propios pensamientos no solicitados, que nos permita, finalmente, sobrevivir para seguir ayudando.
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