Trago malo, ese. Trago insípido. Trago ingrato. No supo a nada. Fue como un mal orgasmo digno de olvido. No evocó nada, sino puras ridiculeces, puros recuerdos cliché. Ahora no sé cómo recuperar las horas perdidas, porque no creerán que no gasté en ellas. Vana esperanza de volar a los cielos de la inspiración, del encuentro otrora inexorable con la musa, de válvula generosa de las tensiones de la semana. Pero qué va. No hubo vida. Tuve que ver mi teléfono, el computador y hasta por la ventana para lograr mi objetivo, que pretendió ser mágicamente fluido y terminó siendo un parto en el monte, una caricia en la llaga. La próxima vez, me aseguraré de que el deslave de poesía comience a rodar cerro abajo antes de armar todo este rito por demás ridículo de invocación sin aparición.
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