En mi cabeza está mi mapa, el mapa por el que me guío para pensar, para sentir, para actuar. Todo lo que quiero hacer pasa por una revisión de ese mapa y luego comienzo a caminar. Pero el mapa no es fijo. No puedo confiar en él en todo momento. Resulta que mi ánimo, mis emociones, van modificando el mapa y a veces más bien se convierte en una receta para mi extravío seguro. Por eso es que frecuentemente debo cotejar mi mapa con la realidad, sobreponer la imagen de la realidad sobre esta estructura inestable y replantear, recortando todo lo que parezca un brinco, un capricho, una ligereza, hasta llegar de nuevo a la coherencia, a la clara conciencia de las cosas, a confiar de nuevo en el mapa que tengo en mi cabeza.
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