¿Cuál es el límite entre una cosa y su opuesto? ¿Cuándo algo bueno comienza a ser malo? ¿En qué punto ya no me gusta esto y comienzo a odiarlo? Al parecer, según el sitio, según el momento, según las personas, esa rayita está más allá y en algunos otros casos, hasta no existe. Es decir, las definiciones morales de las cosas, personas y situaciones dependen del contexto que las juzgue. Aquí estoy yo, buscando referencias para mi propia vida, dibujando rayas a lo loco, en la medida que dictan mis miedos, mis emociones, mirando bien, mirándome bien, para saber cuándo soy adecuado y cuándo estoy meando fuera del perol. Pero la verdad es que cansa. Ya estoy extenuado de tanto medir, de tanto contenerme de lo que siento que debo hacer, de cómo debo sentir, pero también de explayarme en conductas y actividades autoimpuestas en medio de este torbellino de incertidumbres, de momentos patéticos por lo ridículo. Ya basta de hipocresía. En este punto, jadeando por forcejear y recostado en este árbol del camino, decidí dejarme de pendejadas y vivir mi propia vida, con mis propios cargamentos y mis propias satisfacciones, sin más rayas que obliguen; solo con la brújula que llevo en el pecho, que ha resultado ser la mejor guía.
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