Amarse a sí mismo. Esa pacífica sensación de escucharse en el silencio y responder con compasión hacia el propio yo. Sin drama, sin usar la tan gastada bandera del merecimiento, sin reclamos a la vida, a los demás; dejando de ser parte de una red intrincada de egos rellenos de ese drama, en el que el sacrificio, el pobrecito yo y el a mí nadie me jode tienen un lugar atornillado que no deja fluir las situaciones, que se enredan casa vez más, que no dejan de morderse la cola para generar nuevas situaciones, nuevas soluciones, nuevas paces... Amarse a sí mismo, hacer la aritmética adecuada y descubrir el verdadero impulso que se necesita para ayudar al otro, para no sufrir, para no cagarla.
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