No
sabía que tenía un gran problema, hasta que alguien que sabe mucho me dijo que
sí. A medida que me lo describía y analizaba, el problema iba creciendo hasta
que se dejó ver como tremendo inconveniente más. Él se lo dijo a otros para
formar un equipo de ataque al problema, y la complicación ganó un espacio extra.
Cada uno de ellos, todos buenas gentes, me preguntaban y trataban de esquematizar
mi problema –por supuesto, para solucionarlo-, pero tanto ruido y presión
convirtieron la lista de tareas pendientes en varios problemas juntos y
adicionales. La vergüenza era un problema. La frustración y la incertidumbre eran
otros más. Total, mi hermano, que de un problema que no sabía que tenía, ahora luzco
muy bien encaminado, entre escaramuzas y tumultos, estoico, pecho afuera, hacia
la resolución de mis 52 problemas.
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