Para
que no me hagan daño, me encierro; entonces igual me hago daño yo mismo,
sometiéndome al encierro. Para que no me despojen, me aíslo y así conservo mis
cosas; entonces igual me despojo yo, quitándome la oportunidad de seguir
recogiendo vida del camino. Para no errar, no hago; entonces igual yerro. Para no
armar un desorden irreparable con mis días, monto una tramoya alterna que me
deja extenuado; entonces igual todo termina desajustado. Estoy atrapado por el
riesgo de vivir, por el paso dubitativo, por mi nuevo amo, que es la necesidad
de certeza absoluta.
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