Todo
ese tema de tu fortaleza. Toda esa costosa farsa en ejecución. La verdad es que
habías logrado engañarme por un buen rato; pero de pronto, muy de pronto, vi en
tus ojos la huida de quien se siente frágil, perdido. Desde ese momento, no sé
si me has pillado en mi hallazgo; pero ahora puedo identificar cada momento de
peligro que te acecha. Eso sí, no puedo negar tu tremenda habilidad de
transfigurar la derrota inevitable en un triunfo pasmoso; no podría yo -ni loco
que fuese- desacreditar todo el arte con que lograste cubrir tus lagunas
infranqueables, tus nubes grises, tu viejo rompecabezas de piezas perdidas. Sin
duda el dolor fue tu mejor consejero. Sin nada que objetar a tu brillante
supervivencia, debo dejarte tranquilo y alejarme un poco, tal vez, para
aprender más de ti desde lejos, desde aquí, desde donde puedo ver cómo invocas
toda clase de conjuro contra los acorralamientos que se te avecinan. De verdad
que te admiro por eso, por todo esa victoria parcial contra la adversidad. Por otro
lado, sólo me das lástima.
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