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viernes, 11 de octubre de 2019
Cada quien ama como puede
“Cada quien ama como puede”,
escuché por ahí. Y me parece cierto. Creo que nacemos con una tendencia natural
a hacer el bien, pero luego la vamos tapando con un basural que dificulta su
expresión libre, su gestión sin miedo. El temor infundado que vamos adquiriendo
va menoscabando la confianza en la vida de que todo, de alguna manera, se
resolverá en el camino y no hay que cargar con cañones de la precaución y su
violencia para esperar durante toda la vida el enemigo que inventaron por
nosotros, “por nuestro bien”. La obediencia a ultranza es otro de esos
fantasmas que se nos troquela en la cabeza y cuando viejos seguimos obedeciendo
sin resistirnos, ahora sin saber siquiera a qué cosas obedecemos o a qué cosas
tememos; somos esclavos funcionales que no conocimos la libertad, la noción de
responsabilidad que esta otorga. El camino silenciosamente inducido está
repleto de obstáculos a sortear; ¿y cómo no lo va a estar, si no es nuestro
camino natural? Levantamos una infinidad de falacias a combatir, vencer y luego
nos llenamos de orgullo por tal hazaña; pero son todas patrañas, guiones
invisibles que seguimos con una energía prefabricada muy loca. Es como ir por
un camino plano y despejado, y por un “consejo sabio”, por “sentido común” y nuestra
percepción antinatural de las cosas, salirnos a la maleza y la sinuosidad innecesarias
para realizarnos y engrandecernos con el resultado de esa jornada demente. Con este
panorama enrevesado, con estos extravíos y despropósitos, y en medio de nuestra
humanidad, por supuesto que cada quien ama como puede.
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