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martes, 22 de octubre de 2019
Desconfiar de lo bueno
Desconfiar de lo bueno. Mantener la duda ante lo que se acerca, aunque sea para favorecernos. Lanzar golpes a lo loco para evitar el daño. En el pasado fuimos engañados. Ayer se nos propinó todo el sufrimiento. Cada cachetada recibida en medio de una alegría, de una ilusión, nos convirtió en este fortín de guerra, en este monolito de supuesta madurez e invencibilidad que construimos para ya más nunca ser embaucados, emboscados, burlados. Pero pasa el tiempo y ya nadie se cree el poder que predicamos para alabarnos a nosotros mismos cuando extendemos la cola falsa de pavo real, cuando gruñimos cada vez que alguien parecido al pasado se acerca “quién sabe con qué intención”. Somos los nervios que nunca descansan ante la invasión del entorno. A pesar de las medallas y los nombramientos, somos un manojo condecorado de temblores, prejuicios y temores que no nos abandonan; y si nos abandonan por un ratico de descuido en el que nos permitimos ser humanos vulnerables y felices, al darnos cuenta de la idiotez del vigilante, del desliz imperdonable, hacemos que despertamos y volvemos de nuevo a erigir el muro, a cerrar la reja, a asegurar la prisión en la que nos metimos para protegernos… para siempre.
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