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viernes, 6 de septiembre de 2019

Coqueteo con el vacío

A veces coqueteo con mis profundidades. Paso tangencialmente y rozo una extraña quietud. Puedo tocar el vacío indescriptible que me refugia por segundos, pero inmediatamente llega la cotidianidad y soy jalado de nuevo a lo trivial, a lo repetitivo, a lo de siempre. En medio del barullo del diario, alcanzo a recordar por encimita esos momentos fugaces de algo ajeno a lo romántico y lo vulgar, a lo mecánico o intelectual. Se convierte en casi un anhelo traspasar de nuevo, cada vez, la basura, el estorbo y el ruido, para caer una vez más en ese estado delicioso, escapado de mis pensamientos, casi burlando mis emociones, a salvo de lo que me hace resbalar para caer ridículamente en la ira, en la tristeza o en la explosión efímera de alegría. No sé cómo llegar de nuevo, pero eventualmente me sumerjo y me quedo ahí, sentado, sin hacer “nada”, flotando otra vez en mi escondite recién descubierto… aunque se me antoja que este breve escondrijo se corresponde más con lo real, con lo inamovible, con lo que no tiene apariencia que defender. De pronto me sorprendo regresando a la prisión habitual, a “lo debido”,  a lo “razonable”, por la incapacidad de respirar, de permanecer unos instantes más en esa parcela de plenitud que se me otorgó no sé cuándo, pero que permanece nuevecito y esquivo por falta de uso.

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