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miércoles, 18 de septiembre de 2019
¿Cuándo fue que me quebré?
Alguna
vez me dormía con sueño y despertaba con la luz de la mañana, comía cuando me
daba hambre y me sentaba en la punta de la colina para ver el valle. Recuerdo
que en oportunidades me asomaba por la ventana, fantaseaba y sonreía con la
posible historia de cada transeúnte que pasaba enfrente. Recuerdo cuando con la
luz del día que iluminaba la sala de la casa, arrancaba a hacer lo que más me
gustaba hasta que llegaba el equilibrio a tocar la puerta y me retiraba a
descansar. Era una especie de flotabilidad que no requería nada más que seguir
viviendo. Pero algo pasó. No sé cuando, no sé por qué, pero ya no pude hacer lo
que me gustaba, sino lo que urgía hacer. No pude despertar con el sol ni comer
cuando tenía hambre. No pude ir más a la colina porque ya era adulto y no podía
“perder el tiempo”. Las fantasías solo quedaron para la urgencia íntima, mientras
dormía agotado. No descansé más. Fue solo con la ayuda de fármacos que logré
desmayarme, salir de esa sobriedad despierta para luego no recordar sueño
alguno; sin registrar siquiera lapsos fugaces de agrado por estar acostado en
la oscuridad. Así fue como un día desperté y las arrugas y las canas me
cubrían; muchos me querían y me admiraban, pero ya no había nada qué hacer: yo
era una elegante pila de escombros a la que solo le faltaba una lápida.
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