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lunes, 19 de agosto de 2019
Despropósito
“¿Para
qué casarse?”, “¿Para qué tener niños?”, “¿Para qué estudiar esa carrera?”. Muy
probablemente la respuesta a este tipo de preguntas obedezca a una receta
preconcebida, a recomendaciones de otros o a “porque todos lo hacen”. Es normal,
pues; es generalizado. Pero como tantas cosas que navegan a la deriva y sin la
motivación adecuada para responder, para saber, para sentirlo, el propósito es
el protagonista ausente. Nos perdemos entre tanto esfuerzo, entre tanto ruido,
entre tanta mecánica, que nos despertamos un buen día en un sitio distinto al
soñado, bastante desviado del que trazamos cuando todavía teníamos claridad en
el objetivo, ese objetivo que dejamos a un lado, que dejamos atrás, para estar
ahora en este adefesio que logramos en su lugar y que, a pesar de los aplausos
recibidos, tanto nos agota, tanto hastío nos produce.
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Nos dejamos programar con programas impropios, ajenos ... luego nos ponemos en automático ... y ni siquiera nos ocupamos de instalar las actualizaciones del software
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