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domingo, 4 de agosto de 2019

Un Ferrari pa cargar cemento

Se nos entregó el cuerpo al nacer. Tremenda máquina. Perfecta para cada necesidad que se presente más adelante. Ese equipo sofisticado irá haciendo poco a poco equipo con la mente y un tal espíritu con la finalidad de mantener un equilibrio perfecto mientras estemos en este mundo, por cierto, hasta que acaben sus funciones. Recibimos, pues, un mecanismo de alto rendimiento: recibimos un Ferrari. No es cualquier cosa esa. Pero la cuestión se desvía sin esperar muchos años. Muy pronto, ponemos al Ferrari a ir al mercado, lo usamos para subir al Ávila, y hasta para cargar cemento. Usamos ese maquinón, ese portento de la tecnología, para fines que no son acordes con su funcionamiento, lo que sin sorprender mucho lo lleva a fallar de esto, de aquello, hasta llegar, después de algún tiempo, a una carcacha que tiembla, que tiene ruidos extraños, que ya no parece el Ferrari de agencia que se nos otorgó. Creo que nos descuidamos con esa nave. Es más, creo que nunca entendimos bien para qué servía y menos, cómo servirle, por lo que después de tanto camino inhóspito, después de tanta tarea insólita, después de tanto perder la dirección indicada, un buen día, y en medio de la tristeza y el miedo, lo que quedaba del Ferrari, se apagó, como diríamos nosotros: de repente, “sin avisar”.

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