Si se te dice que hay
un ser supremo y que confiando en él como en el pasado estás salvado, no lo
crees. Está bien. Si por otro lado te dicen que la conciencia superior está a tu alcance
si abandonas el ruido embrutecedor de tus pensamientos alienados por los
mensajes cotidianos, tampoco lo crees. Se respeta eso. Si tu familia te acompaña en tu compunción
y se ofrece para ser la solución a tus problemas, no te fías tanto en eso. Tú sabrás. Tu consorte
de vida te ofrece su existencia para compartirla, para batallar, si es lo que
quieres, viendo a ver si te puede ayudar en eso de ser feliz, pero ya veo tu
cara suspicaz en ese respecto. Es tu decisión. De tus hijos ni hablaré. El único amigo que te aguantó
desde tu niñez porque admiraba tus pocas, pero evidentes virtudes, te acaba de
tender la mano para levantarte de esta, tu más reciente caída; y por lo que
veo, tu testarudez se impondrá de nuevo. No me queda sino preguntarte desde
esta esquina, desde la que temo decirte nada, ¿qué coño es lo que tú quieres,
vale?
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