Tardé en darme cuenta
y hasta creí que sería más difícil lograrlo, pero ya en estos tiempos
desperdigados logré entrar a tu hogar y comunicarme más efectivamente con tus
hijos. Eso de que no hay que ser amigo de los hijos solo puede ser cierto si te
va a dar la gana de orientar a tus vástagos, darle con todo a esa tarea. Pero como
no eres capaz —ni quieres hacerlo —, yo sí que soy todo oídos, los entiendo y
luego ofrezco mi producto sin mucho esfuerzo. Me reúno con ellos, los llamo,
los escucho sin juzgarlos, nos vamos de farra y ahí: ¡zas! Que si el diablo,
que si la cigüeña, que si la semillita, que si Dios bravo, pero de ahí no pasaste,
papi. El miedo, el hastío y demás basura de esa que les has inyectado los
trajo derechito para acá… ¡Felicitaciones! Te has ganado una vida entera
para quejarte de tu suerte, del abandono futuro de tus hijos y preguntarte qué cosa misteriosa e ingrata de la
vida fue lo que te pasó. Mientras, disculpa que te deje aquí, perplejo y solo, pero
es que debo atender a los hijos de tu vecino, el perfecto, el que sí les dio lo
que a él siempre le faltó cuando pequeño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario