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lunes, 9 de mayo de 2016

Del traficante, con amor...

Tardé en darme cuenta y hasta creí que sería más difícil lograrlo, pero ya en estos tiempos desperdigados logré entrar a tu hogar y comunicarme más efectivamente con tus hijos. Eso de que no hay que ser amigo de los hijos solo puede ser cierto si te va a dar la gana de orientar a tus vástagos, darle con todo a esa tarea. Pero como no eres capaz —ni quieres hacerlo —, yo sí que soy todo oídos, los entiendo y luego ofrezco mi producto sin mucho esfuerzo. Me reúno con ellos, los llamo, los escucho sin juzgarlos, nos vamos de farra y ahí: ¡zas! Que si el diablo, que si la cigüeña, que si la semillita, que si Dios bravo, pero de ahí no pasaste, papi. El miedo, el hastío y demás basura de esa que les has inyectado los trajo derechito para acá… ¡Felicitaciones! Te has ganado una vida entera para quejarte de tu suerte, del abandono futuro de tus hijos y preguntarte qué cosa misteriosa e ingrata de la vida fue lo que te pasó. Mientras, disculpa que te deje aquí, perplejo y solo, pero es que debo atender a los hijos de tu vecino, el perfecto, el que sí les dio lo que a él siempre le faltó cuando pequeño.

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