Espérame, tercera
edad. No te apures tanto; no me apures que ya voy. Ya voy de bajadita, sin
frenos, entre titubeos muy distintos a los de los veinte, treinta y cuarenta. Siéntate
a esperar, si lo que esperas es que llegue agotado, cansado, desteñido. No estoy
lejos, pero vengo alegre. Temo que te desilusionarte con tanto bienestar interno,
con tanta fuerza para no pujar. No cantes victoria a pesar de ver las canas, la
falta de agilidad, esta seducción de colesterol y triglicéridos. Vengo con
todo, y vengo a sentarme en el zaguán, a “latir echao”, como el perro del
decir. Vengo a relajarme, a pasar el rato después de lo bailao. Vengo en el
descenso de las hormonas y a su consecuente racionamiento: ya no en cualquier
ocasión. Mírame desde tu vieja caseta de recepción. Trata de ser paciente; deja
el apuro, que no vengo a forcejear. Vengo, más bien, a hacer las paces. Ya no
vengo a temer a la muerte con el mismo miedo del niño. Vengo, más bien, a
esperarla sentadito, disfrutando cada minuto que se atraviese… y se atravesará.
Vengo a beber cada segundo del presente, a no vivir más bajo el yugo del futuro
que nunca existirá, que podría acabarse mañana mientras hago mis planes
ridículos, tremendamente ilusos. Así que aprovecha y más bien siéntate a mi
lado; cuéntame de tus experiencias, de tus aburridos libretos para quienes
llegan, de tus inyecciones de terror para quienes entran aquí con riquezas
ignoradas para arrancárselas así nomás, sin que se den cuenta. Y si no quieres
sentarte, tercera edad, vete pal carajo, que sigo vivo y sin ganas de
desperdiciar lo que tanto ya desperdicié.
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