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miércoles, 27 de diciembre de 2023

Eterno presente

Finalmente, llego el presente constante. Ese que todos vaticinaban que llegaría por mi edad, por mis costumbres. Le llaman “enfermedad”. Resulta que ahora soy “senil”, lo cual parece, mirando la cara de los demás, algo malo. Estoy investigando eso. Por lo pronto, sentado en mi jardín, en el balcón o parado en la acera, paso las horas —algunas bajo el sol— mientras la gente pasa e intercambiamos saludos. Escucho la música, veo las nubes y los árboles, los niños y sus mamás, con novedosa maravilla. A pesar de que me siento abstraído, no siento alteraciones importantes del ánimo y gozo de tranquilidad. No hay estrés por asuntos pendientes. Alrededor, veo a los míos llorar, discutir, correr, pero no sé de qué se trata. Imagino que tienen algún problema. Por mi parte, cuando quiero comer, como; cuando tengo sed, bebo; cuando quiero ir al baño, voy. A veces estas buenas gentes me ayudan. No hay historia que recuerde. No hay proyecto encima. Soy lo que soy hoy sin saber, sin controlar. No siento miedo. Miro la hora del reloj, pero no significa nada para mí; para los demás, sí: veo que miran el reloj y corren mientras se quejan. No entiendo mucho de lo que veo o escucho, pero parece que no es importante para lo que yo necesito. A veces se dirigen a mí como si fuera un niño y me da risa. Ahí vienen otra vez. Creo que dejaré de escribir esto para seguir comiéndome este pancito con café con leche.

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