Necesito un
superhéroe. Todos lo necesitamos. Me siento tan solo, tan débil, tan aislado
entre este gentío. Perdimos la capacidad de organizarnos para solucionar
cualquier problema común. Cada dificultad solo se acumula y forma parte del
armario de problemas que todos compartimos, los que no disminuyen, por los que
nos quejamos sin parar, como si fuese algún tipo de analgésico. Por eso
necesitamos un superhéroe. Uno de esos con capa, con los interiores por fuera. De
esos que vuelan, congelan, queman, leen la mente, se preocupan, salen corriendo
y solucionan todo ellos solitos. Nosotros no. Nosotros somos un montón de bobos
gritando desde la ventana nuestras tragedias para que venga otro y la solucione,
y en el proceso, se cuela otro pillo y se convierte en el nuevo villano.
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
jueves, 26 de mayo de 2016
miércoles, 25 de mayo de 2016
Entérate...
Entérate de todo. Entérate
de todo lo que aquel serio accidente del 2 por la tarde te dejó ver. Entérate de
los días que estuviste sin estar, en que los aparatos te sustituyeron en gran
parte de manera temporal. Entérate de las mentiras que poco a poco te fuiste
metiendo en la cabeza para protegerte, y que fueron desmontadas definitivamente.
Entérate de las verdades que creías mentira o que solo parecías saber. Entérate
de lo real que resultó tu familia, juzgada y desacreditada tan ligeramente por
ti. Entérate de los abandonos posibles por quienes suponías que estarían a tu
lado, no importaba lo grave de la situación. Entérate de quiénes no pudieron
manejar la situación por miedo o inconciencia y se alejaron inexplicablemente
para ti. Entérate quiénes durmieron a tu lado con tu mano en las suyas para
sentir cuándo te despertarías, para sencillamente desaparecer cuando comenzaste
a balbucear. Recuerda el replanteamiento sobre la vida y la muerte que este
proceso te causó. Ya nada fue lo mismo. Ya nada fue igual que antes. Dejaste lo
superficial guardado en el baúl y sacaste a ventilar las paces que no sabías
que tenías. Te dejaste llevar entonces por la sencillez de quien tuvo suficiente
turbulencia como para desperdiciar sus minutos, sus afectos, sus paisajes, sus
silencios. De vez en cuando opinas, sin querer, que hubo pérdidas, pero
inevitablemente recaes en la conciencia de que todo fue —y es— ganancia.
sábado, 21 de mayo de 2016
Espérame, tercera edad
Espérame, tercera
edad. No te apures tanto; no me apures que ya voy. Ya voy de bajadita, sin
frenos, entre titubeos muy distintos a los de los veinte, treinta y cuarenta. Siéntate
a esperar, si lo que esperas es que llegue agotado, cansado, desteñido. No estoy
lejos, pero vengo alegre. Temo que te desilusionarte con tanto bienestar interno,
con tanta fuerza para no pujar. No cantes victoria a pesar de ver las canas, la
falta de agilidad, esta seducción de colesterol y triglicéridos. Vengo con
todo, y vengo a sentarme en el zaguán, a “latir echao”, como el perro del
decir. Vengo a relajarme, a pasar el rato después de lo bailao. Vengo en el
descenso de las hormonas y a su consecuente racionamiento: ya no en cualquier
ocasión. Mírame desde tu vieja caseta de recepción. Trata de ser paciente; deja
el apuro, que no vengo a forcejear. Vengo, más bien, a hacer las paces. Ya no
vengo a temer a la muerte con el mismo miedo del niño. Vengo, más bien, a
esperarla sentadito, disfrutando cada minuto que se atraviese… y se atravesará.
Vengo a beber cada segundo del presente, a no vivir más bajo el yugo del futuro
que nunca existirá, que podría acabarse mañana mientras hago mis planes
ridículos, tremendamente ilusos. Así que aprovecha y más bien siéntate a mi
lado; cuéntame de tus experiencias, de tus aburridos libretos para quienes
llegan, de tus inyecciones de terror para quienes entran aquí con riquezas
ignoradas para arrancárselas así nomás, sin que se den cuenta. Y si no quieres
sentarte, tercera edad, vete pal carajo, que sigo vivo y sin ganas de
desperdiciar lo que tanto ya desperdicié.
viernes, 20 de mayo de 2016
Se fue la luz
Ya medio aliviados, terminándonos
de recostar en los sofás y sillones alrededor, ya nos comenzamos a sonreír por
la experiencia bizarra de perder el principal motor de la vida moderna. Se fue
la luz. No había cómo distraernos de estar con nosotros mismos. No había cómo
huir de la presencia familiar. No hubo cómo escapar de estar a menos de dos
metros de quienes eran el lubricante para la vida. Estábamos atrapados en medio
de la presencia simpática y amorosa de quienes crecieron y vieron crecer todo
lo que somos ahora. Los comentarios del apagón fueron inteligentemente
manufacturados por mi hermano, por mi padre, por mi hijo… quién sabe. El viejo
comenzó con un cuento de sus años en su pueblo, que ahora es ciudad. Contaba de
los días que comenzaban y terminaban pronto, que colgaban de la luz del día. Con
la mirada de los jóvenes clavada en sus ojos bonachones y sonrientes navegaba
entre sus vivencias sin luz, sin esa electricidad que fue llevada luego; sin
ese instrumento tan impactante que luego, con el progreso tan cacareado arrancó
la juntura de quienes se amaban y los puso a mirar para otro lado. Contaba de
caricias a veces disimuladas, de complicidades, de camaraderías en lo que ahora
llaman solo “pobreza”, pero que sin dejar de serlo, regalaba el espacio franco para
vivir una vida de amor prehistórico, de defectos y virtudes no tan elaborados,
de esperanzas tímidas de que a los míos les irá mejor. De repente, como se fue,
¡vino la luz! Y quedamos mirándonos entre todos, con el ojo encandilado, y
diría que casi con la nostalgia de seguir escuchando cómo era todo cuando no
nos podíamos rehuir. Diez minutos después, todos los aparatos estaban
encendidos y cada uno de nosotros volvimos a la hipnosis del bienestar que sí
logramos, ese, que el abuelo nos deseaba... al menos eso nos dijo mientras lo rodeamos
como nunca antes. Entonces deseé con toda mis fuerzas que se fuese la luz de
nuevo.
lunes, 9 de mayo de 2016
Del traficante, con amor...
Tardé en darme cuenta
y hasta creí que sería más difícil lograrlo, pero ya en estos tiempos
desperdigados logré entrar a tu hogar y comunicarme más efectivamente con tus
hijos. Eso de que no hay que ser amigo de los hijos solo puede ser cierto si te
va a dar la gana de orientar a tus vástagos, darle con todo a esa tarea. Pero como
no eres capaz —ni quieres hacerlo —, yo sí que soy todo oídos, los entiendo y
luego ofrezco mi producto sin mucho esfuerzo. Me reúno con ellos, los llamo,
los escucho sin juzgarlos, nos vamos de farra y ahí: ¡zas! Que si el diablo,
que si la cigüeña, que si la semillita, que si Dios bravo, pero de ahí no pasaste,
papi. El miedo, el hastío y demás basura de esa que les has inyectado los
trajo derechito para acá… ¡Felicitaciones! Te has ganado una vida entera
para quejarte de tu suerte, del abandono futuro de tus hijos y preguntarte qué cosa misteriosa e ingrata de la
vida fue lo que te pasó. Mientras, disculpa que te deje aquí, perplejo y solo, pero
es que debo atender a los hijos de tu vecino, el perfecto, el que sí les dio lo
que a él siempre le faltó cuando pequeño.
jueves, 5 de mayo de 2016
¿Qué coño quieres, vale?
Si se te dice que hay
un ser supremo y que confiando en él como en el pasado estás salvado, no lo
crees. Está bien. Si por otro lado te dicen que la conciencia superior está a tu alcance
si abandonas el ruido embrutecedor de tus pensamientos alienados por los
mensajes cotidianos, tampoco lo crees. Se respeta eso. Si tu familia te acompaña en tu compunción
y se ofrece para ser la solución a tus problemas, no te fías tanto en eso. Tú sabrás. Tu consorte
de vida te ofrece su existencia para compartirla, para batallar, si es lo que
quieres, viendo a ver si te puede ayudar en eso de ser feliz, pero ya veo tu
cara suspicaz en ese respecto. Es tu decisión. De tus hijos ni hablaré. El único amigo que te aguantó
desde tu niñez porque admiraba tus pocas, pero evidentes virtudes, te acaba de
tender la mano para levantarte de esta, tu más reciente caída; y por lo que
veo, tu testarudez se impondrá de nuevo. No me queda sino preguntarte desde
esta esquina, desde la que temo decirte nada, ¿qué coño es lo que tú quieres,
vale?
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