Hay manchas. Manchas
regadas por todas partes. Manchas que se mueven, que parecen ir de un individuo
a otro; que se aprenden, crecen y se mudan. Que parecen no terminar.
En medio de mi cacareada inmunidad, observo y observo. Veo
en la cara de los otros la limpieza que me garantiza el haber compartido con
ellos algunas cosas mías. De repente, en un movimiento imprevisto, veo que en
el otro lado de su rostro hay una mancha. Una mancha que no veía, que no
sentía, que no imaginaba. Una mancha que desconcierta y, antes de querer una
explicación, sólo quiero sentarme y tratar de pensar... y luego descansar un
rato.
Tal vez no son manchas absolutas; quisiera pensar que no es
así. Quisiera pensar que son territorios negros con los cuales se me hace
sencillo guardar distancia y que sólo atacan a parte de la persona... que no es
un ataque masivo, pero de todas maneras espero una explicación, una razón para
lo que parece una payasada de la vida. ¿Será que esa debilidad es imprevisible?
¿será que existe en cada uno de nosotros esperando la oportunidad de
presentarse? ¿será que la distancia entre lo bueno y lo malo se recorta
inexorablemente ante algún artificio maléfico de circunstancias? ¿será que sólo
no hemos tenido la oportunidad? ¿será que jugamos a juzgar? ¿será que jugamos a
perder? ¿cuánto valemos? ¿tan poco que sería mejor regalarnos o perdernos?
...la vaina está jodida.
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