A veces nos quedamos enganchados, atorados en el mapa como si este fuese el terreno real. Y ahí permanecemos, como si estuviésemos transitando la realidad, pero no es así. El terreno se vive por medio de los sentidos, de la experiencia misma. El mapa sigue siendo la idea de lo que es, de lo que existe, y ese mapa depende de lo que pensemos, de lo que haya en la cabeza. Salir y sentarse a la sombra de un árbol y sentir la brisa es una experiencia; pensar en el árbol y en lo rico que sería salir un rato, es solo una idea. Vivir la vida es la experiencia máxima; reflexionar sobre la vida es dibujar mapas que, aunque útiles, solo ocurren en nuestra cabeza y no nutren para nada el sentido de vivir. El intelecto, el conocimiento y la cavilación constante se han erigido como los elementos más importantes para la gente moderna, pero se quedan pálidos comparados con la sensación directa del mundo en nuestra piel, en nuestra vista. Sal a caminar un rato. Razonar no basta.
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