En su mundo. Ajeno ya a los sufrimientos cotidianos que el resto se propina. Una parte de él se fue, pero parece ser la parte que acobijaba el drama, el cuestionamiento permanente del acontecer. Parece que se fue la señal, pero la sintonía fundamental se quedó. En un eterno presente, sin pasado ni futuro, observa, toca, contempla. Conserva sus quehaceres mínimos de siempre, sonriendo por las cosas que antes dejaba pasar. Un pajarito en la ventana, un rayo de sol en la cara, el agua tibia de la ducha. Para nosotros, sus allegados aun “normales”, nos parece loco, desatinado y nos pega un poco que ya no esté quien estaba antaño con sus brillanteces y sus palabras de aliento. Pero viéndolo día tras día, me convenzo cada vez más de su bienestar, de su serena alegría a partir de su nueva inocencia. Tal vez fue una subida de algo en sus años de “éxitos” lo que lo hizo parar en este estado, pero ahora observándolo, creo que encontró el refugio que siempre necesitó.
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