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viernes, 9 de octubre de 2020
Heridas que mandan
Heridas
que no sanaron. Cicatrices que no cerraron. Daños que no fueron digeridos como
parte necesaria de la existencia que quedaron haciendo erupción permanente de rabias,
de miedos sin causa aparente, de emociones que dictan, hasta ahora, el ritmo errático
de nuestro pensar, de nuestro sentir, de nuestro actuar. Personalidad endurecida
para el resto del mundo, marcando la pauta de la excelencia circunspecta, de
dureza hacia la debilidad propia y hacia la ajena. Juez ciego. En lugar de un hada
madrina, sobreviene el látigo invisible de siempre, manufacturado en los años
originales que nos repica detrás y no endereza a cualquier señal de dolor, de
hastío, de tristeza y es cuando nos paramos firmes de nuevo —¡firmes siempre!—,
bamboleándonos, muy a escondidas, entre la honestidad dolorosa y la firmeza inhumana
que el mundo de afuera requiere para triunfar, avanzando descalzos sobre las espinas
que debieron quedar atrás y no quedan, dejándonos siempre atrapados en esta
dualidad que mata todos los días.
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