Entonces nos quedamos con la mala costumbre de seguir al maestro y no a la enseñanza. Como bobos, no dejamos de ver el dedo en lugar de acoger a lo que este señala. No aprendemos. Continuamos montándonos en el lomo a la persona que muestra, a la persona con mayor atención o elocuencia, y en lugar de entrar por la puerta del entendimiento, de apreciar el valor que debe guiar, el principio que mueve, decidimos estancarnos ahí mismo y seguir siendo los borregos de una enseñanza que se puede descomponer, desvirtuar o envilecer en manos del sabio de turno. En el peor de los casos, si nos vamos a equivocar, que sea por nuestros propios tropiezos, por el esguince en nuestras percepciones y no porque se rompió el mecate que escogimos para opinar.
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