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domingo, 31 de mayo de 2020

Crisis generosas

Crisis generosas. Si lo ven por un huequito y apartando la queja, eso parecen. Una tras otra, con horas extras muy odiosas y descansos impredecibles, vienen a jorobarme, a cambiarme la seña… y eso cuando no vienen a hacerme llorar, a obligarme a replantear sin querer, a cuestionar mi comodidad del momento. Como mecanismo de defensa, no queda más remedio que remitirme al pasado, al comienzo, cuando las crisis fueron por quitarme la teta, el carrito, la novia, el proyecto, el empleo, “respectivamente”; remitirme a cuando cada una de ellas sentó un punto de inflexión. Fueron muchas las inflexiones que tejieron una línea que vista de lejos sí tiene sentido, que tiene apariencia forzada a progreso, a crecimiento, a resguardo. Línea tortuosa de cada vez menos misterios, pero que saboreada de cerca, encima de ella, siempre lució odiosa, confiscatoria, canalla. Toscas inflexiones que entre una y otra se vivía el producto del logro inmediato, seguido del bienestar y la inercia para finalmente caer en la rutina o el aburrimiento: en ese momento, casi se podía oler la nueva tragedia. Sin embargo, cada crisis ha dejado mucho más que el sufrimiento momentáneo. Me ha dejado cambios, ajustes, reorientaciones que nunca solicité y hasta resentí, pero que produjeron un claro desenfado en mis pasos, ya sin tanto miedo, ya con alegrías más duraderas en medio de este aparente caos que ahora me parece ser, sin tanta carga a cuestas, la realidad a aceptar.

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