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jueves, 7 de mayo de 2020
En deuda con el carajito
Estamos
en deuda. Estamos en deuda con el carajito que fuimos y que a veces nos jala la
camisa desde abajo, desde adentro, desde ese tiempo cuando todavía no teníamos
la receta del éxito ni del fracaso grabada en la cabeza. Estamos en deuda con
esos sueños infantiles que se mecían, que corrían, que nos acompañaban al
dormir hasta el amanecer. Sistemáticamente, hemos aprendido a alejarnos del
muchachito que todavía no se marcha, de ese que sin ser un sabio sabía cuando
algo no estaba bien y lo dejaba de hacer porque tal vez porque dolía o porque
le hacía daño a alguien más. Estamos en deuda con el que se juntaba con
cualquiera y medía la pertinencia con el cansancio o con el hambre que te hacía
regresar a casa… o con el llamado de la vieja. ¿Qué calamidad ocurrió que le
soltamos la mano al niño y nos aferramos a un disfraz que nos obliga a ser
serios, disciplinados y productivos; que nos hace avergonzar de lo que
recogimos de chamitos y ser quien no queremos ser, hacer lo que no queremos
hacer, vivir lo que no queremos vivir? No lo sé, pero no parece que hayamos
crecido mucho más que ese carajito que, viéndolo desde lo lejos, tenía mucha
más coherencia en sus acciones y deseos que ese adulto perfumado que pasa por
ahí sin saludar.
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