De repente me detengo,
miro alrededor y descubro que estoy perdido. Perdido en el camino que creí
conocer a mi antojo. Perdido entre costumbres y argumentos que con tanta pasión
y cacareada conciencia me esforcé en defender. Perdidísimo de un sopetón en lo
que solían ser mis dominios. Extrañado, abro la maleza de un lado de mi camino
y puedo ver otros caminos, otras vías que aunque les había echado un vistazo,
siempre las descarté de una vez. Otros caminos que por efecto de alguna brujería
malintencionada de alguien más me dejan ver sus sentidos, sus maneras de ser,
sus reglas simples de funcionamiento. Aunque ha pasado ya cierto tiempo y aún sigo
caminando por mi camino, he puesto atención a los caminos paralelos, que lejos
de ser la equivocación que catalogué al inicio, ahora las considero formas de
existencia válidas, respetables y hasta emulables. Por ahora, siguen siendo objetos
excepcionales de estudio, pero que en medio de la observación atenta, de la reflexión
profunda, se van convirtiendo en modelos que coquetean con mis sentires, con
mis preferencias y quién sabe si, más adelante, con mis decisiones. Por ahora
seguiré por este, mi camino de siempre, existiendo en esta lógica imbécil que
justifica el hambre, la muerte y la guerra, pero continuaré dando mis vueltas
por esos otros terrenos de investigación, de aprendizaje, de placer inesperado,
jurungando mi suerte con disimulo para saber si en alguno de esos paseítos, tal
vez me quede por allá y nunca más vuelva a lo que una vez fue mi única y
altisonante verdad.
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