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viernes, 17 de noviembre de 2017

La talanquera

De repente me detengo, miro alrededor y descubro que estoy perdido. Perdido en el camino que creí conocer a mi antojo. Perdido entre costumbres y argumentos que con tanta pasión y cacareada conciencia me esforcé en defender. Perdidísimo de un sopetón en lo que solían ser mis dominios. Extrañado, abro la maleza de un lado de mi camino y puedo ver otros caminos, otras vías que aunque les había echado un vistazo, siempre las descarté de una vez. Otros caminos que por efecto de alguna brujería malintencionada de alguien más me dejan ver sus sentidos, sus maneras de ser, sus reglas simples de funcionamiento. Aunque ha pasado ya cierto tiempo y aún sigo caminando por mi camino, he puesto atención a los caminos paralelos, que lejos de ser la equivocación que catalogué al inicio, ahora las considero formas de existencia válidas, respetables y hasta emulables. Por ahora, siguen siendo objetos excepcionales de estudio, pero que en medio de la observación atenta, de la reflexión profunda, se van convirtiendo en modelos que coquetean con mis sentires, con mis preferencias y quién sabe si, más adelante, con mis decisiones. Por ahora seguiré por este, mi camino de siempre, existiendo en esta lógica imbécil que justifica el hambre, la muerte y la guerra, pero continuaré dando mis vueltas por esos otros terrenos de investigación, de aprendizaje, de placer inesperado, jurungando mi suerte con disimulo para saber si en alguno de esos paseítos, tal vez me quede por allá y nunca más vuelva a lo que una vez fue mi única y altisonante verdad.

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