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domingo, 24 de abril de 2016

Amores del pasado

Zumbarse con ganas y los ojos cerrados. Soltar el sustento vital y lanzarse directo al espejismo. Enjabonarse con la sonrisa perenne, con la esperanza eterna sin mañana ni malicia. Perderse entre los colores inventados por uno mismo, por el buen deseo y sin consultar. “Toda una payasada”, piensa uno después del carajazo que hace despertar. “Qué imbécil fui… ¡esto no me pasa más nunca!”, replica uno a la vida que cree que tiene. El guayabo se parece más a una resaca que duele más arriba del estómago y que no pasa mañana. Aun así, e igualito que con el alcohol, el episodio se repetirá y hasta la experticia ganará uno en el camino, donde pisa, ahí abajo, donde se podrán recoger eventualmente la autoestima y la dignidad amortajadas por los locos proyectos en los que se invirtió todo el ahorrito emocional. Medio muerto y medio enterrado se pudo seguir adelante. Pero la esencia quedó. La supervivencia prevaleció, con todo y redundancia. El gusto no lo quita nadie, como dicen de lo bailao. Quién sabe si fue necesario tanto barullo, pero me agrada el producto más silencioso, de pocos faros, de extinguidos sobresaltos. Prefiero lo que quedó del doloroso tamizado de años de incertidumbre. Me voy a dormir.

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