Como ha
aumentado tanto la cantidad de desconsiderados, saboteadores, apáticos,
suicidas, quejosos, víctimas, evasivos y “buenas gentes” que terminan
jodiéndolo todo, adelantaré los planes de la cabaña con internet que tenía
planeada para dentro de 10 años. Ya es imposible transitar en la calle, en las
empresas y en las relaciones sin que salga alguien con una pendejada costosa
para nuestras saludes mental y física. Subiré al fin, por el caminito de
tierra, hasta llegar y establecerme en mi rancho, en mi morada final que tendrá
a la mano todas las comodidades que necesito —que son muy pocas— y no tendré
que calarme a diario a todos a quienes, por razones justas o injustas de mi
parte, cayeron en la categoría de los
nocivos
—que son muchos—. Lejos, seguramente disminuiré mi lista de necesidades a las
que realmente tengo y no este bulto de expectativas ajenas que quiero
satisfacer como loco enajenado y posiblemente podré producir lo poco que
consuma y saber, entre otras cosas, si me quedarán entonces ganas de criticar
el producto. La urgencia se debe, sin embargo, no tanto a la apreciación a distancia
del fenómeno, sino a que más bien quiero dejar de pertenecer al selecto grupo
mencionado. Me quedaría, mis amigos, pero es que no tengo plata suficiente como
para vivir distraído.
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